El barrio respiraba juventud, música, unas vidas sin orejeras ni cálculos, grandes dosis de ingenuidad, la voluntad de vivir al día fuera de la moral y los valores convencionales, buscando un placer que rehuía los viejos mitos burgueses de la felicidad (el dinero, el poder, la familia, la posición, el éxito social) y lo encontraban en formas simples de y pasivas de existencia: la música, los paraísos artificales, la promiscuidad y un absoluto desinterés por el resto de los problemas que sacudían a la sociedad.
Con su hedonismo tranquilo, pacífico, los hippies no hacían daño a nadie. Tampoco ejercían el apostolado, no querían convencer ni reducir a esas gentes con las que habían roto para llevar su vida alternativa: querían que los dejaran en paz, absortos en su egoísmo frugal y su sueño psicodélico.
Travesuras de la niña mala.
Mario Vargas Llosa.